Mujeres en un Mundo Masculino

  Calcular la valía de una persona a través la competencia entre hombres y mujeres, significa olvidar aquellas diferencias psicofísicas que limitan o potencian cada genero. Buscar algún parámetro de comparación entre la fuerza bruta de un hombre y la fortaleza física de una mujer en proceso de parto es parte de una lógica de necios. La fortaleza de uno y otra resultan  no solo incomparables sino, además, innecesariamente comparables.
Encontrar un camino viable para el desarrollo personal del individuo, en este caso de una mujer, obliga a revisar las características propias a cada género haciendo hincapié en las diferencias, y no en la supuesta “superioridad” o “inferioridad” de cada uno. Veamos.
Ya desde la cuna las pequeñas féminas se muestran más arriesgadas que sus varoniles pares. Son ellas las primeras en ensayar un primer paso e intentar una primera palabra. Al ir creciendo, una mayor espontaneidad le permite expresar mejor su afecto y emociones. La imaginación y la atención por los detalles son características típicas de una niña; características que perduran hasta su adultez.
Con la edad, las diferencias de género se agudizan en lo que respecta al comportamiento social. Mientras a ellas se les inculca expresar lo que piensan y sienten, a ellos se le enseña a ocultar sus emociones. Ante tales instrucciones, el varón que exprese sus sentimientos abiertamente será corregido bajo el prejuicio de que su comportamiento muestra debilidad y falta de hombría. La regla de ocultar sentimientos y emociones encuentra su excepción en la agresividad, de manera que un niño agresivo será “casi” normal mientras que un niño sensible será “antinatural”. En el caso de las niñas, la agresividad debe solaparse bajo complejos e indirectos  métodos que al madurar se distinguen claramente como la mentira, la simulación, el chisme y el sarcasmo, entre otros.
La condición física, o sea ser mas pequeña que el hombre, hace a la mujer vulnerable al abuso y por ello que se le enseña a diferenciar las caricias sexuales de las que no lo son, como consecuencia su sexualidad se desarrolla bajo el puritano manto de las intenciones nobles como el amor o la procreación. El sexo fuera del ámbito sentimental se asocia al pecado y otras bajezas dignas de ser públicamente condenadas. Como contracara el varón aprende a reafirmarse en su condición teniendo relaciones sexuales con diferentes mujeres, relegando la sentimentalidad a un segundo o tercer plano. De esta manera, hay una notable diferencia en lo que la identidad sexual, el placer y la reproducción significan de acuerdo al género.
En lo profesional, la mujer se caracteriza por la necesidad de compartir sus logros para sentirse auto-realizada. Contrariamente al hombre, el papel ejercido por  hijos, esposos, padres y amigos define muchas veces la estabilidad emocional de la psiquis femenina.
Así, los hombres llegan a la adultez como individuos plenos de confianza y seguridad, mientras que una mujer “correctamente constituida” cumple con el mandato de pudor y humildad determinado durante su niñez.
De allí que sea necio “igualar” seres diferentes en su esencia y en su formación.
De allí la conclusión de que valorar a la mujer no obliga a rebajar al hombre o viceversa.
De allí que culpar a los hombres por la problemática de la mujer actual es una perdida de tiempo tan grave como la de auto flagelarse -física o psicológicamente- buscando en ello alguna solución. 
De allí, que tanto por los hombres como por las mujeres del planeta, la mejor opción sea tomar conciencia del verdadero valor de una mujer; dejar de ser victimas, para asumir la responsabilidad de nuestros actos, elecciones y el largo etcétera que
-afortunadamente- nos depara la vida moderna.


Emma Van Weiden 
Mujeres para parir MUJERES


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